De la imposibilidad de la enseñanza

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Los hombres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar

Antón Chéjov

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La niusleta de esta semana no tiene mucha miga porque el tema no da mucho de sí, pero me apetece comentarlo porque es una intuición que me ronda desde hace tiempo. Y es que la enseñanza es imposible.

Ni imprescindible, ni difícil, ni politizable. Imposible.

Tengo la firme convicción de que sólo se puede aprender, no enseñar. Y esto tiene un sentido incluso evolutivo, diría: Es mandatario aprender, pero no enseñar.

La relación entre alumno y maestro no es la misma que la que hay entre padre e hijo o entre marido y mujer. En el caso del alumno y el maestro, la existencia de lo uno no implica la existencia de lo otro.

Me recuerdo a cierta anécdota de Toni Segarra en la que comentaba (cito de memoria): “Nosotros somos varios hermanos, y todos tenemos ciertos momentos relevantes en familia guardados en común en el recuerdo. Pero, cuando ponemos en común la enseñanza que recibimos de aquel momento, ninguna se parece. La misma evocación del recuerdo es distinta. El foco se puso en lugares diferentes”.

No nos vamos a meter en el tema de si el niño quiere aprender o no lo que le enseñas. Eso sería demasiado evidente. Mi punto es que, incluso con el niño queriendo aprender, la enseñanza es ontológicamente imposible.

Tú le puedes enseñar al niño, y el niño puede querer aprender lo que le estás enseñando, pero acabará aprendiendo algo diferente.

Quizá muy parecido, cuidado. Y será tanto más parecido cuanto más nos acerquemos a ciertas verdades inamovibles, como que 2+2 son 4. Pero incluso eso no será aprendido tal y como es enseñado.

Habrá matices, habrá dudas, habrá incorporación del conocimiento de forma distinta. La información que sale del maestro no es la que se asienta en el niño.

Dos niños aprendiendo lo mismo, de la misma forma, del mismo maestro, aprenderán cosas diferentes.

La información que recibirán será la misma, pero los intereses de ambos, no, así que las interrelaciones de ideas que hagan cuando reciban la nueva información será distinta, y, así, quedará almacenada de forma distinta en el cerebro.

Y no es sólo cuestión de intereses. También dependerá de la forma de ser de cada niño, de sus circunstancias, etc.

Por eso es tan acertada la idea platónica esta de que “aprender es recordar”. Quizá otra fórmula válida sería “aprender es crear”. Porque el maestro no puede enseñar nada. Sólo puede ayudar al niño a recordar o crear, depende de cómo queramos verlo. Sólo puede dar inputs, como los daría la tele, el fuego o el amor.

Creo que, en parte, por eso soy tan contrario a las movidas pedagógicas y las mierdas de las nuevas formas de enseñanza y tal.

Me parece que lo único que es eficaz en este sentido es el acompañamiento del niño y el poner a su disposición aquello que le genera interés. Más allá de eso, da igual si en la clase hay 20 o 50 niños o si usar pizarra o pantalla táctil.

Por eso, por lo demás, aquí somos fuertes defensores del unschooling.

Porque, ya que el niño va a aprender a su aire dando igual lo que le enseñes, al menos que lo haga con sus padres, que pueden estar más al tanto de la evolución del chiquillo e intuir cuáles son sus intereses, su forma de ser y sus circunstancias y, por tanto, qué inputs pueden resultarles más estimulantes (aunque no se sepa cómo).

Pero no os rayéis por que no se pueda enseñar a vuestros hijos. A fin de cuentas, los que son capaces, crean; los que no son capaces, enseñan.

Y tampoco me hagáis mucho caso. A fin de cuentas yo no tengo hijos.

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