
***
“Del conflicto entre confianza y desconfianza, el niño desarrolla una esperanza, es decir la forma primigenia de lo que, en el adulto, se convertirá en fe”
Erik Erikson
***
Nunca me había preocupado mucho por la idea de Dios.
Desde chaval, incluso habiendo tenido mis posturas infantiles anticlericales y ateas (“yo no pongo mi ignorancia en un altar y la llamo Dios” y otras mierdas semejantes), nunca había pensado demasiado en Dios.
Creo que fue a raíz de releer a Borges que empezó a interesarme más el concepto de Dios. No el Dios cristiano o musulmán. Tampoco una simple causa primera. Algo más parecido a, por un lado, una idea límite (como lo es la idea de infinito) y un demiurgo en su versión eterna.
A veces llego a ese concepto (que aún no termino de tener muy definido –quizá sea imposible de definir) a través de la razón. A veces, a través de la intuición. A veces, a través de la contemplación.
Me sorprende a mí mismo cómo a veces he sentido la existencia de un orden invisible tumbado, viendo pasar las nubes, o viendo jugar a unos críos.
A veces, han sido simples ideas aleatorias que ni siquiera he tenido interés en unir y reflexionar, que, sencillamente, fluían por mi mente y me daban la impresión de que, inevitablemente, terminaban en Dios.
Otras veces, por supuesto, es fruto de la reflexión.
La niusleta de hoy es una mezcla de los dos últimos puntos. La niusleta de hoy trata de la inevitabilidad de Dios desde un punto de vista a medio camino entre lo intuitivo y lo racional.
Quizá algún día podría organizar y desarrollar mejor esas intuiciones, pero, para eso, me falta base filosófica. Es un trabajo para el Antoño del futuro.
Por cierto, antes de pasar al tema en sí, quiero decir que, al mismo tiempo que, cada vez más, siento que la idea de Dios gana fuerza y me sorprendo pensándola más a menudo, también cada vez más me parecen insulsas las críticas habituales.
El problema del mal, el Dios de los agujeros y todas esas mierdas me parecen del todo irrelevantes. Ya me lo parecen desde el punto de vista racional, porque son argumentos de mierda, pero es que, además, me parece que están diez niveles por debajo de la contemplación o la intuición.
Pero, vaya, ¿por qué digo que Dios es inevitable? ¿Por qué digo que Dios debe existir?
Porque no cabe otra cosa. Somos incapaces de desligarnos de la idea de Dios, y, si lo hacemos, morimos.
Pensemos en las posiciones contrarias a la existencia de Dios.
Podemos tener el ateísmo, el agnosticismo, el apateísmo y el nihilismo.
El ateísmo es la postura más ridícula de todas. Es una postura ridícula hasta ese extremo en que sólo puede llegar a serlo la soberbia. Y lo es tanto en la teoría como en la práctica.
En la práctica, tenemos ateos que no hacen más que discutir sobre Dios, que no se lo sacan de la cabeza, que se empeñan en apostatar o que incluso que juran por Odín y gilipolleces así.
Imagínate creer que Dios no existe y cambiar tu lenguaje, alterar tu día a día y hacer esfuerzos por desligarte de él. QUE NO EXISTE, IMBÉCIL. No te desligas de lo que no existe porque no puedes estar ligado a lo que no existe.
En fin, los ateos son muy ridículos.
Y el caso es que, en la teoría, tampoco es que mejoren mucho.
Porque, a ver, supongamos que sus argumentos contra la existencia de Dios no fueran una mierda.
Ok.
Dios no existe. ¿Qué hay?
¿Qué es el bien? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo bello? ¿Qué es lo verdadero?
A lo más que llega el ateo es a decir que lo verdadero es lo que diga la ciencia. E, incluso concediéndole eso, llega un punto en que debe decir “no lo sé, pero confío en que lo sabremos”. Es decir, fe.
Pero eso es, insisto, en el mejor de lo casos.
En la práctica, son incapaces de dar respuesta a cualquiera de esas preguntas y lo dejan todo en un “depende”.
El ateísmo no explica nada. No afirma nada. Sólo niega.
Esto, en el mejor (y más habitual) de los casos, conduce a la hipocresía de decir que no hay Dios, pero vivir a todos los efectos como si sí lo hubiera, quedando así protegido por su paraguas. En el peor, conduce al nihilismo.
Y, cuando alguien es nihilista, sólo puede suicidarse. No hay mucho que desarrollar aquí. Ved la peli de The Sunset Limited. Ahí se explica con sencillez.
Bueno, sí hay una cosa que desarrollar: Del hecho de que el nihilista necesariamente acabe suicidándose no se sigue que Dios exista.
Este es un punto que tengo que reflexionar aún, así que, quien quiera agarrarse a algún clavo ardiente, que sea ese (y ya mandaré flores a tu funeral).
En tercer lugar, tenemos al agnóstico.
Entre los agnósticos diferencio a dos tipos, uno fuerte y uno débil. El débil es el que dice que es imposible saber si Dios existe o no. El fuerte es el que dice que la idea de Dios es tan inconcebible que no tiene sentido intentar saber si existe o no.
Hay un matiz ahí.
El agnóstico fuerte reconoce la existencia de algo en un plano superior del entendimiento, y, con tan sólo ese reconocimiento, confirma su existencia. Hay una especie de argumento ontológico aquí, supongo.
Al agnóstico débil, que se limita a decir que no se puede saber si existe o no, se le puede considerar del mismo modo que al fuerte (a los efectos del tema de esta niusleta).
Básicamente, entiendo al agnóstico débil como una versión menos elaborada del agnóstico fuerte, una versión que no entiende el porqué de lo que dice.
A fin de cuentas, ok, no podemos saber si Dios existe o no. ¿Por qué no podemos saberlo? ¿Me lo sabes justificar? En la mayoría de los casos, no, porque el agnóstico débil sólo es un vago que no tiene ganas de darle mente al asunto. Y, a poco que uno razone en esa dirección, llega a la conclusión del agnóstico fuerte.
Por último, tenemos al apateísta. El apateísta es el menos conocido de los cuatro que niegan a Dios, y es al que más simpatía le tengo, porque es el más sudapollista.
El apateísta dice “yo no sé si existe o no existe Dios, pero tengo claro que, si existe, es trabajo suyo hacerme creer en él”.
En cierto sentido, es una forma de agnosticismo, pero me gusta el matiz de “que me avise él de que existe”.
Sucede, por supuesto, que la postura apateísta sólo puede obtener respuesta si existe un Dios capaz de intervenir en la realidad.
Si Dios es, como decíamos, esa idea límite y ese demiurgo, no tiene sentido esperar que se manifieste y te diga explícitamente que existe. Eso no va a ocurrir.
Por lo demás, puesto que el apateísmo es una forma de agnosticismo, también con él se acaba concluyendo la existencia de Dios, por la misma razón.
A fin de cuentas, podríamos pensar en un apateísta fuerte que dijera “la idea de Dios es inconcebible para el hombre, así que sólo creeré en ella si se me manifiesta”. Es lo mismo que el agnóstico fuerte, sólo que pidiendo a Dios que se manifieste.
Pero Dios está a otras cosas.